divendres, 18 de març del 2011

"Sitges o la Libertad"

Sitges, llamada por los romanos la Blanca Subur con toda propiedad, se extiende a lo largo de la costa como una franja no muy ancha, pero sí larga.




La Iglesia, típica y emblemática con sus dos torres de distinta altura es el vértice de una cierta elevación llamada El Baluarte, probablemente porque desde allí se protegía a los pescadores de ataques piratas –hay un cañón de hierro mirando al mar-. Antes de llegar a ese vértice está la primera playa, limpia –todo Sitges tiene constantemente equipos de limpieza en las calles y en las playas- y cuajada de restaurantes.
Pasada la Iglesia un amplísimo paseo bordea una sucesión de playas continuadas y separadas por espigones, que se extienden a lo largo de tres kilómetros.


A ese paseo, confluyen, perpendicularmente una serie de callecitas estrechas, con casas, siempre blancas y azules, pertenecientes a antiguos pescadores que hoy son objeto de una gran –y carísima- demanda turística, con más restaurantes y cafeterías de diversos estilos.
A partir de un punto concreto del paseo, junto a edificios modernos, todos de tres o a lo sumo cuatro plantas por acertadas disposiciones urbanísticas, se continua con edificaciones que tienen su origen en antiguos emigrantes “indianos” que volvieron y construyeron mansiones con fachadas un tanto barrocas, pero muy espectaculares que representaban el mayor o menor éxito obtenido en su emigración.
Por ese paseo, y gracias a su anchura, pasean constantemente gentes de lo más variopinto. Van y vienen caminando tranquilamente o haciendo footing, en bicicleta o con patines y todos tienen su sitio, sin molestarse, sin protestas y, siempre con el mar besando las arenas limpias de la playa. En algún rincón, alguien hace esculturas con la arena que son verdaderas obras de arte. El paseo termina en un gran hotel, a poniente, rodeado de edificaciones cuya propiedad y ocupación pertenece a gentes económicamente privilegiadas. Hacia el interior, se ven lujosas urbanizaciones de chalets con espectaculares jardines y una ermita dedicada a la Virgen del Vinyet, bella, recogida, con ex-votos, generalmente de barcos, colgados del techo. El nombre le viene dado porque aquellos terrenos fueron viñas antes de la invasión del turismo.
Las vías del ferrocarril separan el Sitges “de toda la vida” de la ampliación, más moderna y con bastante menos encanto.
Una línea de calles es el eje del Sitges típico en el que se desarrolla toda su vida social. En su centro está el núcleo: el Cap de la Vila, una plaza no muy grande, de forma irregular. En ella convergen el citado eje con otras calles, estrechas y blancas, por lo que resulta prácticamente imposible andar por la ciudad sin pasar por el Cap de la Vila, lugar central de los frecuentes y variados festejos populares, y paso obligado de quiénes van o vienen de la playa o del quehacer diario de sus habitantes.
Una de las calles más populares de Sitges es la llamada oficialmente calle de Mont-Roig y popularmente calle “del pecado”. No es larga; probablemente no llega a los trescientos metros, pero sí variada, distinta e interesante. Sus visitantes cambian según las horas del día: por la mañana, es una calle tranquila en cuyas cafeterías desayunan turistas o veraneantes o quienes no tienen que trabajar. Por la tarde está más concurrida; matrimonios o parejas que meriendan o toman copas y en las noches, sobre todo en los meses de primavera y verano, pululan los noctámbulos frívolos y amantes de toda clase de experiencias, y apenas se puede dar un paso. Desde el Paseo que está a mayor altura que la calle, uno tiene la idea de ver otro mar, pero éste es de cabezas de todos los colores, con toda clase de peinados o pelos revueltos, incluidas las cabezas rapadas que tan de moda están y que van y vienen en un desorden total.
Cuando en Sitges se habla de “parejas”, hay que entenderlo en sentido amplio. Muy amplio diría quien las ve. Hay parejas de hombres y mujeres adultas y jóvenes. Las mujeres, generalmente muy guapas y con abundancia de tipos fabulosos, más o menos arregladas, o en bikini si se tercia, parejas de hombres y parejas de mujeres. Las distintas generaciones se identifican por sus diversas costumbres en el vivir, en el vestir y en el adornarse.
Una parte de la calle, la que desemboca en el Paseo, está ocupada por locales que no se sabría definir si son boites, pubs, cafeterías o simplemente, locales de diversión. Entre ellos están los reservados a los gays, que también tienen sus bares, hoteles y pensiones identificados por los tradicionales colores del arco iris. En el resto de la calle hay tiendas, muchas tiendas, algún restaurante de comida rápida y cafeterías.
Y muchos niños. El viajero, sin duda, pocas veces verá una proporción tan grande de niños en relación con la población de la ciudad.
Lo mismo puede decirse de los perros, muy bien “educados”, quizá con predominio de los “mini-perros” en brazos de sus dueñas o sujetos con la preceptiva correa.
Para quien conozca Sitges por primera vez, le resultará sorprendente el espectáculo de la variedad de gentes que circulan continuamente por esas calles: de pronto un grupo de chicas vestidas de la forma más inverosímil celebran una despedida de soltera, o de casada ¡cualquiera sabe!, o parejas con niños cuyos carritos siempre lleva el padre, o chicas jóvenes tomando helados, o parejas de chicas cogidas de la mano, o parejas de chicos… procedentes de las playas o que a ellas se dirigen, y casi todos luciendo sus cuerpos con más o menos generosidad y espectacularidad.
Una de las cosas que más llama la atención y más sorprende, agradablemente por supuesto, es el respeto, la independencia de las gentes: nadie se mete con nadie, cada cual vive como quiere sin molestar a los demás. Quizá porque es frecuente ver parejas de policías que recorren esas calles y cuya misión, es mantener esa variedad sin que nadie se moleste ni se sienta en ningún momento incómodo por ella. Hay un concepto bastante ortodoxo de lo que es la libertad que Sitges cuida con mucho celo, para mantener su prosperidad, lo mismo que la limpieza de las calles y de las casas.
En las playas abundan los pasquines en los que se afirma que quien tira un papel al suelo, o no recoge los residuos de los perros “no es de Sitges”.
Pero todo el bullicio primavero/estival, se circunscribe a la mencionada calle “del pecado” , adyacentes y las playas, porque a partir de ellas, la tranquilidad va aumentando, el silencio nocturno es prácticamente total y la vida de las gentes no se ve en absoluto alterada si uno no quiere meterse en el barullo.
Hay muchas tiendas en Sitges, de todo y de las mejores marcas y estilos aunque, lógicamente prevalece lo moderno, lo juvenil y en gran parte, lo excéntrico. Abundan las peluquerías, las perfumerías, ¡hornos de pan! que al mismo tiempo ofrecen suculentos pasteles y exhalan olores divinos por los gofres y crêps que están elaborándose continuamente casi a pie de calle.
En Sitges, hay mucho tiempo para pensar, y escenarios de horizontes muy abiertos donde los pensamientos pueden volar, abrirse y extenderse sobre el mar sin otro límite que el horizonte azul.




Abundan las casas con escudos señoriales o construidas en piedra formando rincones que parecen sacados del medioevo.
Los sitgetanos tienen profundamente arraigadas sus tradiciones que se concretan en fiestas frecuentes todas ellas relacionadas directamente con efemérides religiosas (la Festa Major, Sant Jordi, Sta. Tecla, el Corpus) que quizá merezcan una descripción aparte y que dan comienzo anualmente con los Carnavales, explosión de frivolidad máxima que arranca con la aparición imaginativa y siempre distinta de S.M. Carnestoltes y termina con su entierro el Miércoles de Ceniza.
No se pueden dejar de mencionar los Castellers frecuentemente compitiendo con collas de pueblos más o menos cercanos. Si no se ven “en vivo y en directo” no es posible hacerse una idea de su espectacularidad y riesgo ni del entusiasmo que despiertan en toda la población.


Y siempre los fuegos artificiales presentes en toda la costa mediterránea.
Podríamos hablar de la luz de Sitges impresionante y en unas puestas de sol indescriptibles.


Muchas cosas más podrían decirse de Sitges, pero lo dejaré para otro día.



dijous, 3 de març del 2011

Isabel II.- Un culebrón del siglo XIX

La reina Mª Isabel Luisa de Borbón, conocida por Isabel II, “la de los tristes destinos” es un personaje muchas veces criticado y en pocas ocasiones compadecido, próximo a nosotros en el tiempo y cuya personalidad está determinada por desgraciadas circunstancias que concurrieron en ella, ya desde su gestación.
Nació el 10 de Octubre de 1.830 en el Palacio Real de Madrid y su concepción estuvo marcada por la violencia e incluso la violación.
Su padre, Fernando VII, viudo por tercera vez, decidió contraer matrimonio, a los 45 años, con su sobrina carnal, Mª Cristina de Nápoles, que a la sazón acababa de cumplir los 22 y descendía de los amores ilícitos de su abuela, la reina Mª Luisa, y Godoy.
Cuenta Ricardo de la Cierva, que el primer encuentro de Fernando VII con su joven esposa en Aranjuez, fue violento, casi una violación que dejó un poso imborrable en la nueva Reina de España y que se traduciría en el poco amor que mostró durante toda su vida hacia el fruto de tal encuentro, Isabel, siempre pospuesta a su hermana, preferida de su madre, la Infanta Luisa Fernanda.
Fernando VII, murió el 29 de Setiembre de 1.833, cuando Isabel apenas tenía tres años y su madre, a los tres meses de enviudar, contrajo nuevo matrimonio -secreto y de dudosa validez, hasta el punto de que varios años después fue “convalidado” con una nueva ceremonia nupcial- con el Guardia de Corps, Fernando Muñoz, por lo que siendo una criatura, se quedó huérfana de padre y con una madre cuyo cariño, que ya sabemos era muy escaso, derivó hacia los seis hijos que nacieron de este enlace.
Esta doble orfandad a la que se refiere el historiador José L. Comellas dio lugar a que le faltaran “dos cosas muy necesarias a una niña o a una adolescente a la que esperan serias responsabilidades: un ambiente de cariño y solicitud familiar en que encontrar refugio y una educación a tono con la alta misión que le iba a estar encomendada por su condición y por la historia”.
A los 10 años, el 8 de Noviembre de 1.843, se la proclamó mayor de edad y a partir de entonces, fue manejada por políticos, favoritos y familiares, tanto como Reina como mujer.
De su pubertad -pregonada a los cuatro vientos por el incipiente telégrafo -“Isabel mujer 10 mañana 6 de Agosto”-, se aprovechó Salustiano Olózaga, a la sazón ayo de la reina y que, curiosamente y según de la Cierva, utilizó una novela recientemente puesta de moda por el cine (“Las amistades peligrosas”) para preparar el camino que le permitió desflorar a Isabel, de apenas 10 años de edad.
Hecho, a mi parecer, crucial en su vida, fue su matrimonio el 10 de Octubre de 1.846 con D. Francisco de Asís de Borbón y Borbón, Duque de Cádiz y primo carnal de Isabel (pues era hijo del hermano de su padre D. Francisco de Paula, llamado “el del abominable parecido”, por el que tenía con Godoy...), de dudosa condición sexual (“Paquita” le llamaba la reina en sus juegos) y cuyo matrimonio le repugnó siempre. Una indignante confabulación familiar y una vergonzosa intervención de las potencias extranjeras -de Francia y de la Inglaterra victoriana, sobre todo- fueron las que “decidieron” tan funesto enlace, en el que intervinieron, incluso, mediadores que, a cambio de suculentas cantidades, facilitaron un matrimonio acerca de cuya validez canónica, tengo serias dudas por falta de consentimiento de la reina.
En este contexto y con los antecedentes genéticos de su familia (su abuela Mª Luisa y su probable abuelo, Godoy, su rijoso padre e incluso su propia madre) no es de extrañar que para la joven reina, se sucediera una lista interminables de “favoritos” con más o menos escándalo de la Corte, despecho de un marido no querido y que tampoco la quería y críticas de sus confesores, entre ellos el P. Claret: Serrano (al que la reina llamaba “el general bonito”), el Marqués de Bedmar, Ruiz de Arana, Puigmoltó, O’Donnell, siempre enamorado de Isabel, Miguel Tenorio de Castilla, Marfori...
Recordemos que durante su adolescencia y juventud, Isabel fue muy bella y conservó su encanto a pesar de que, por su descontrolada glotonería -la encantaba el cocido madrileño y el arroz con leche, de los que abusaba en L’Hardy y, por supuesto, en Palacio- pronto se convirtió en una mujer obesa y perdió su lozanía juvenil,
Su extensa e intensa vida amatoria ha dado pie a toda clase de cábalas, respecto de la paternidad de los varios hijos que le fueron naciendo, con mayor o menor fortuna de supervivencia.
A pesar de todo, fue querida por su pueblo, que probablemente intuía las desgracias personales e íntimas de su Reina, castiza y de bondadosísimo corazón, como en innumerables ocasiones demostró con sus súbditos más necesitados.
Hasta que en 1868, fue exiliada a Francia, donde murió el 9 de Abril de 1.904, a los 74 años de edad.
No hemos aludido para nada la vida política de la Reina. No es ésta la ocasión.
Solo hemos querido destacar unos aspectos de la vida de la Reina, verdaderamente infeliz a pesar de su vitalidad y ansias de felicidad, que fueron reales y que no tienen nada que envidiar a las desgracias que jalonan las vidas de las heroínas en los “culebrones” televisivos.