dijous, 3 de març del 2011

Isabel II.- Un culebrón del siglo XIX

La reina Mª Isabel Luisa de Borbón, conocida por Isabel II, “la de los tristes destinos” es un personaje muchas veces criticado y en pocas ocasiones compadecido, próximo a nosotros en el tiempo y cuya personalidad está determinada por desgraciadas circunstancias que concurrieron en ella, ya desde su gestación.
Nació el 10 de Octubre de 1.830 en el Palacio Real de Madrid y su concepción estuvo marcada por la violencia e incluso la violación.
Su padre, Fernando VII, viudo por tercera vez, decidió contraer matrimonio, a los 45 años, con su sobrina carnal, Mª Cristina de Nápoles, que a la sazón acababa de cumplir los 22 y descendía de los amores ilícitos de su abuela, la reina Mª Luisa, y Godoy.
Cuenta Ricardo de la Cierva, que el primer encuentro de Fernando VII con su joven esposa en Aranjuez, fue violento, casi una violación que dejó un poso imborrable en la nueva Reina de España y que se traduciría en el poco amor que mostró durante toda su vida hacia el fruto de tal encuentro, Isabel, siempre pospuesta a su hermana, preferida de su madre, la Infanta Luisa Fernanda.
Fernando VII, murió el 29 de Setiembre de 1.833, cuando Isabel apenas tenía tres años y su madre, a los tres meses de enviudar, contrajo nuevo matrimonio -secreto y de dudosa validez, hasta el punto de que varios años después fue “convalidado” con una nueva ceremonia nupcial- con el Guardia de Corps, Fernando Muñoz, por lo que siendo una criatura, se quedó huérfana de padre y con una madre cuyo cariño, que ya sabemos era muy escaso, derivó hacia los seis hijos que nacieron de este enlace.
Esta doble orfandad a la que se refiere el historiador José L. Comellas dio lugar a que le faltaran “dos cosas muy necesarias a una niña o a una adolescente a la que esperan serias responsabilidades: un ambiente de cariño y solicitud familiar en que encontrar refugio y una educación a tono con la alta misión que le iba a estar encomendada por su condición y por la historia”.
A los 10 años, el 8 de Noviembre de 1.843, se la proclamó mayor de edad y a partir de entonces, fue manejada por políticos, favoritos y familiares, tanto como Reina como mujer.
De su pubertad -pregonada a los cuatro vientos por el incipiente telégrafo -“Isabel mujer 10 mañana 6 de Agosto”-, se aprovechó Salustiano Olózaga, a la sazón ayo de la reina y que, curiosamente y según de la Cierva, utilizó una novela recientemente puesta de moda por el cine (“Las amistades peligrosas”) para preparar el camino que le permitió desflorar a Isabel, de apenas 10 años de edad.
Hecho, a mi parecer, crucial en su vida, fue su matrimonio el 10 de Octubre de 1.846 con D. Francisco de Asís de Borbón y Borbón, Duque de Cádiz y primo carnal de Isabel (pues era hijo del hermano de su padre D. Francisco de Paula, llamado “el del abominable parecido”, por el que tenía con Godoy...), de dudosa condición sexual (“Paquita” le llamaba la reina en sus juegos) y cuyo matrimonio le repugnó siempre. Una indignante confabulación familiar y una vergonzosa intervención de las potencias extranjeras -de Francia y de la Inglaterra victoriana, sobre todo- fueron las que “decidieron” tan funesto enlace, en el que intervinieron, incluso, mediadores que, a cambio de suculentas cantidades, facilitaron un matrimonio acerca de cuya validez canónica, tengo serias dudas por falta de consentimiento de la reina.
En este contexto y con los antecedentes genéticos de su familia (su abuela Mª Luisa y su probable abuelo, Godoy, su rijoso padre e incluso su propia madre) no es de extrañar que para la joven reina, se sucediera una lista interminables de “favoritos” con más o menos escándalo de la Corte, despecho de un marido no querido y que tampoco la quería y críticas de sus confesores, entre ellos el P. Claret: Serrano (al que la reina llamaba “el general bonito”), el Marqués de Bedmar, Ruiz de Arana, Puigmoltó, O’Donnell, siempre enamorado de Isabel, Miguel Tenorio de Castilla, Marfori...
Recordemos que durante su adolescencia y juventud, Isabel fue muy bella y conservó su encanto a pesar de que, por su descontrolada glotonería -la encantaba el cocido madrileño y el arroz con leche, de los que abusaba en L’Hardy y, por supuesto, en Palacio- pronto se convirtió en una mujer obesa y perdió su lozanía juvenil,
Su extensa e intensa vida amatoria ha dado pie a toda clase de cábalas, respecto de la paternidad de los varios hijos que le fueron naciendo, con mayor o menor fortuna de supervivencia.
A pesar de todo, fue querida por su pueblo, que probablemente intuía las desgracias personales e íntimas de su Reina, castiza y de bondadosísimo corazón, como en innumerables ocasiones demostró con sus súbditos más necesitados.
Hasta que en 1868, fue exiliada a Francia, donde murió el 9 de Abril de 1.904, a los 74 años de edad.
No hemos aludido para nada la vida política de la Reina. No es ésta la ocasión.
Solo hemos querido destacar unos aspectos de la vida de la Reina, verdaderamente infeliz a pesar de su vitalidad y ansias de felicidad, que fueron reales y que no tienen nada que envidiar a las desgracias que jalonan las vidas de las heroínas en los “culebrones” televisivos.

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